jueves, abril 05, 2007

Tiempo de crecer

Ha pasado mucho tiempo. Supongo que hay cosas que debo dejar atras, y que ya es hora de crecer.
Desearía ver a alguien que me diga lo que debo poner o no en esta página. Finalmente he comprendido que quienes me amenazan, realmente son quienes se sienten amenazados.
Así que en adelante, me debo a mí misma esto. Y si alguien le disgusta, que pena.
¿Quedarme callada?
¡Yo creo que NO!


Recuerdo los días en que tenía 12 años. Mi madre había regresado recientemente de Los Angeles, y nada de lo que yo hiciera le parecía suficiente. Siempre había alguien mas inteligente. La verdad, no me interesaba mucho. Intentaba salir a flote tras años de educarme a mí misma, lo mejor que pude, Nadie en mi familia, a excepción de mi padre, parecía estar enterado del lugar que ocupamos en el universo. Así que pasaba horas en la biblioteca, encontrando las respuestas que necesitaba. Leyendo a Verne y a Asimov. Aprendiendo de geografía y de historia. De zoología. De Egipto. Recuerdo la luz nítida, apta para leer de la biblioteca. Era el paraíso. Nunca tuvimos dinero para libros, asi que aprendí a valorarlos como un tesoro. Me educaba a mí misma, para no tener que avergonzarme.
Para entonces, descubrí lo mas hermoso del mundo: los autos. Entonces, no me detenía a preguntarme si mi heterodoxa educación, entre películas del Gordo y el Flaco, y aún viendo Star Trek, se alejaban de lo “políticamente correcto” para una niña. Mi padre nunca me puso límites. Nunca me pidió que me abstuviera de beber o fumar. Simplemente, predicaba con el ejemplo. A los 7u 8 años, me dio mi primer tequila, pero si fue una estrategia para alejarme del alcohol, resultó. Nunca me dijo que tener un camión con vacas y caballos de plástico, era poco femenino.
Las cosas cambiaron drásticamente el verano donde terminé la primaria. Para comenzar, mi madre ordenó que me inscribieran en una secundaria cercana, que para mi horror, era pública. Después de años y años en un recinto cerrado y seguro , con una iglesia a un lado y sacerdotes rondando por las aulas una o dos veces a la semana, me sentía desprotegida. Ese año fue traumático, mi madre estrenaba casa, pintada por mas de cinco años del mismo color horroroso: amarillo. Con sus discos de Agustín Lara. Aunque debo agradecerle saber cantar un bolero. Pero peor aún, en la casa no existía ni un solo libro.
Mi primer año en la secundaria , supongo, fue accidentado. Recuerdo vagamente que entre mis visitas el fin de semana a casa de mi tía (que me había crecido), y las toneladas de tarea, estaba tan cansada y tan deseosa de huir, que no pasaba una semana sin enfermarme de esto o de aquello.
Lo bueno es que encontré amigos que puedo llamar ahora mismo.
El segundo año fue mejor, Supongo, porque no recuerdo gran cosa. Excepto los domingos de Formula Uno. Y el futbol americano. Para horror de mi madre.
Entonces, sabía quien era y a donde iba. Estoy segura. Puedo recordar la sensación. Mis maestros decían que tenía un gran talento para la pintura y la redacción, y se me recomendó asistir a una CEDART. Por supuesto, mi madre dijo que “del arte no se vive” y me tuve que conformar con escribir, investigar, dibujar y demás, para mi propio y egoísta placer. Era lo único que me sostenía en esos días horribles donde quería escapar. Eso y mi padre.
Y recuerdo la música. No Timbiriche, no Menudo. Wagner. Beethoven. Bach. Duran Duran. Madonna. Recuerdo las películas. Star Wars. Dune. Indiana Jones. Recuerdo los primeros libros de Asimov. Recuerdo Drácula. Y el bebé de Rosemary.
Me tenía a mí misma.
Para entonces, era extraña. DE una forma en la que los chicos de la escuela me respetaban y admiraban. De la forma en que algunas chicas confiaban en mí y otras me odiaban. Recuerdo a Rubén. El estaba demasiado concentrado en la ciencia y la tecnología . (Un momento…¡eso no ha cambiado!). Recuerdo a Edwin. Recuerdo a Carlos. Y también a ellas: Carlota, Lilia, Genny, y también a Montserrat y a Alejandra, aunque tal vez por las razones equivocadas. Podía salir y a veces lo hacía, acompañada. Una de mis mejores amigas iba casi todas las semanas a mi casa, y a pesar de todo, mi madre confiaba en ella. Mi padre la adoraba, pero nunca me sentí desplazada. Yo no quería fiesta de 15 años, ¡yo quería irme a Europa, demonios! Visitar museos y ver con mis propios ojos Florencia, caminar por París, y navegar por Venecia. En cambio, tuve una fiesta en la que no comí, no me senté y de la que recuerdo muy poco.
Para entonces, recuerdo tambien que reía mucho con mi padre. Ya era lo suficientemente mayor como para opinar sobre Box y que le tomara gustoa , digamos, Family Ties. Recuerdo a mi madre que se quejó de que nos reieramos tanto. Recuerdo a mis gatos.
Y recuerdo que escribía muchísimo. Investigaba y escribía. Y era buena, diantres. Mejor que el tal Dan Brown y mejor que la película esa de Nicholas Cage sobre la caza de un tesoro.
Supongo que tenía un gran futuro. Pero para entonces, a los 15 años, ya estaba cansada y domada. Mi madre quería cosas rarísimas: que trabajara en un banco o que creciera 15 cms para ser sirvienta en el aire, digo, aeromoza.
Yo quería ser como Asimov.
Quería ser como Gibrán Khalil.
Y supongo que me deje vencer. Porque quería paz, quería que mi padre estuviera bien. Así que entré a trabajar. Tenía 15 años, y , paradójicamente, no fue mi madre quien me detuvo.Fui yo misma.

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