miércoles, julio 20, 2005

Compartir sin medida, amar sin medida

Capítulo 2.
A pesar de que Sahda envidiaba a las mujeres yucatecas que iban al mercado, a diferencia de las libanesas que no salían a la calle, agradecía no tener que ir al mercado y aprender un idioma nuevo. En cuanto a la preparación de los platillos que conocía, había casi de todo, y ya las primeras matronas habían hecho adaptaciones, como cambiar las hojas de parra por hojas de repollo.
En cuanto a los niños, habían aprendido bastante rápido el idioma español y no tenían problemas. En una sociedad multicultural, donde se convivía con chinos, coreanos y libaneses, hablar español era el puente que permitía salvar las distancias. Mi padre me contaba de un chino que tenía un bulldog, al que mandaba con una canasta al carnicero, con el papel que indicaba que era lo que necesitaba y el dinero para pagarle. Era una estampa bastante extraña ver a un perro con cara de pocas pulgas ir caminando con su paso característico, con una canasta rebosante de carne fresca. "Nunca tocaba la carne, era un perro muy noble" me decía. En cuanto al aspecto del chino...bien dicen que las cosas se parecen a su dueño. No estoy diciendo que el chino tuviera cara de perro, sino que el perro se parecía al chino.
Sucedió que un día llegó un circo. Me imagino que para la época, donde Yucatán estaba aislada del resto del país, era un acontecimiento digno de recordarse. Pues bien, apenas los hermanos se enteraron de la llegada del majestuoso espectáculo, corrieron a pedir dinero para ir.
"Cada noche era un espectáculo diferente, no repetían las mismas cosas" me contó mi padre.
Así que Sahda, después de vestirlos como si se fueran realmente a las exóticas tierras africanas, los aprovisionó de una buena cantidad de kibbis. Demasiado para dos niños.
"Inviten al que quiera o al que vean que es demasiado tímido para pedir" les recomendó mi abuela, al verlos partir.
Mi padre y mi tío se sentaron con la chiquillada, muy cerca de la puerta. Un señor de bigote y traje elegante se acercó a ellos para preguntarles que eran las extrañas cosas redondas que comían. Y como les recomendó mi abuela, le invitaron a probar el platillo. El señor les dijo que nunca había probado algo tan delicioso, y que si le llevaban mas, les permitiría entrar TODAS las noches al circo, pues era el dueño.
Mi abuela estaba feliz de mandar cantidades exorbitantes de kibbis fritoscada día al generoso señor, pues consideraba un halago que alguien extraño a su cultura le gustara un platillo de su tierra. De hecho, sé que le mandaron hasta la receta, para que el señor pudiera seguir comiendo kibbi aún cuando se fuera de Yucatán.
Mi abuela siempre socorrió a quien lo necesitara, amó sin medida, compartió sin medida, y a su vez, una vez enterada de la existencia de mi madre, le enseñó a cocinar platillos libaneses, para que mi padre no extrañara su casa. Nunca se opuso a que mi padre la viera, pero nunca se bajó del auto cuando visitaba a mi madre.
"Tu abuela me quería, pues yo cuidaba a su hijo" me dijo mi madre, a manera de "justificación".
Yo creo que es algo que se trae, pues hubo y hay mujeres que se sienten por encima de los yucatecos, todavía. En esa época, era muy mal visto que un libanés se uniera a una yucateca, sin embargo , a mi padre no le importó perder "amistades" y bajar de su status social al vivir con mi madre. Digamos que lo perdió todo, a la larga, pero consiguió una familia de verdad ¿y acaso eso no es mas importante que el dinero y la posición social?
Mi tío Rashid nunca se casó. Se fué a vivir con mis padres a la García Ginerés, una vez que Sahda murió. Mi madre le servía sin quejas y sin distinción. No es un secreto que mi tío se dió a la bebida. Mas de una vez, mi madre le devolvió la compostura. Para ella, fué un verdadero drama llegar cierto día y encontrarlo muerto en la casa. Mi padre, entonces, no tuvo mas familia que la de ella.
También es conocido el hecho de que mi madre siempre hacía comida como para un batallón. Decía que todo el que llegara a la casa, era digno se sentarse a su mesa. Y nadie cocina como ella lo hacía. Todavía la recuerdo compartiendo kibbis en pleno carnaval con sus vecinos de butaca.
Todavía la veo enseñando a alguien a hacer algún platillo, ya fuera yucateco o libanés.
Todavía la veo cocinándole un pollo a la naranja a Roger, a pesar de que siempre le cayó bastante mal.
Y el recuerdo mas vívido que tengo, de mi niñez, es mi padre dándole un pan de elote a un niño sentado atrás de nosotros en el camión. El niño era pobre y devoraba con la vista el pan que yo estaba comiendo.
Esa es la razón por la que siempre amo sin medida. Quien le tiene miedo al dolor y a la pérdida, la decepción e incluso la soledad, es una cascara vacía que nunca conocerá el sencillo placer de hacer feliz a alguien, ya sea extraño o allegado.
Esta en mi sangre, está en mis genes, y por eso lo comparto con ustedes.

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