lunes, julio 11, 2005

Mi padre y el mar


Mi padre siempre tuvo una relación especial con el mar. Le encantaba irse aunque sea solo a mirar las olas, pero le gustaba mas bañarse.
"Cuando llueve, el viento deja de soplar, y el mar se queda quieto y callado, entonces, sientes verdaderamente la lluvia , mas que nunca" solía decirme. Hace dos años, me fuí sola a Uaymitún. La primera tarde que pasé, llovió. Es curioso como "miramos sin ver", pues nunca me había fijado en lo que pasaba cuando llueve, hasta ese día. Nunca me explicó quien le enseñó a nadar, pero lo hacia correctamente. Nunca le faltaba donde llegar. Al principio, rentaba una casa para la "temporada" (cosa que ahora , solo los mas pudientes pueden darse el lujo de hacer), y entonces llegaba la chiquillería de México y de otras partes (sobrinos de mi mamá, Victoria y Luciel, y los de acá, que eran multitud). Se pasaban todo el verano allá. Ahora mismo, no entraré en detalles, ya me tocará hablar sobre eso si es que Milo no se anima a contarlo por si solito.
Estoy divagando. Como decía, primero fueron las casas alquiladas, y pasado el tiempo, siempre había un amigo que lo invitaba fines de semana (nada mas a el), para irse a bañar. Su método infalible para no quemarse era llenarse de arena (parecía un oso de arena), y bueno, a él le resultaba, pero ustedes mejor usen protector solar.
Alguna vez, ya grandecita su servilleta, llegó con una bolsa de papel. Ale, mi nana, pensó que era un pescado, pero cuando fué a ver que había dentro, encontró una gata rubia. Chikis.
Así era siempre, respetaba al mar, y supongo que el mar lo respetaba a él. Mi madre solía contarme que se bañaban temprano, saliendo el sol, cuando el agua esta tranquila. Una vez se alejaron un poco, pero entonces la marea subió. No se dieron cuenta, pues estaban en el famoso "segundo bajo", esto es, una especie de plataforma donde el agua baja, después de un trecho bastante hondo que hay que pasar nadando.
"Gorda, no piso!" le dijo medio apanicado a mi madre. Ella, que era un poco mas alta que su narradora , recuerda que pensó: "si el no pisa, entonces yo ya estoy muerta". En el surreal momento que siguió, debatieron quien iba a irse nadando, pues ninguno deseaba dejar al otro, preferían morirse allá juntos. En eso, pasó por la orilla un pescador, a quien llamaron "con grandes voces y aspavientos", como diría algún clásico, entonces, el sencillo hombre entendió que tenían miedo de ahogarse, y que, por favor, llamara a alguien para rescatarlos. El hombre se metió con todo y ropa hasta la cintura, y le extendió una mano a mi madre, diciéndole: "Señora, no se asuste es solo un pedazo que esta hondo, mire, agarre mi mano y yo la saco, yo estoy parado sobre la arena y no está tan hondo". Inspirados por la confianza del sencillo progreseño, entonces, apenados y confusos, nadaron los escasos dos metros que los separaban del hombre, quien no los regañó ni nada, simplemente les dijo: "El miedo hace malas jugadas". Todo un sabio.
La última vez que estuve en Cancún, lamenté que el no estuviera allí. También lo he lamentado desde que los Mier y Terán me honran con su hospitalidad. "Como le hubiera gustado esto a mi padre!" le comenté a Doña Ligis cierta ocasíón en que kayakeabamos de arriba para abajo enUaymitún, y lo mismo pensé cuando nos sentamos a esperar el atardecer.
Sí, como le hubiera gustado estar allí.
supongo que por eso, tengo cierta obsesión con el mar. Tengo protectores de pantalla de playas infinitamente bellas al otro lado del mundo, faros (que me encantan) catalogados como "los mas bellos", que son los de la costa que va de Maine a Florida, peces, sirenas, tortugas, conchas y caracoles. Aún hoy, tengo especial devoción por ir a sentarme en la arena, donde rompen las olas, y solo escuchar. En esos momentos, estoy segura, mi padre está junto a mí...

1 comentario:

Youkai dijo...

¡Excelente descripción¡ Me faltaría escuchar la lluvia después que ya terminó de llover en el mar.

¡Gracias!